Tristeza en el mar.
Contra las rocas de aquel acantilado
se había clavado la proa de aquel viejo barco.
La furia de Neptuno lo había sacado de su curso
y lo había incrustado entre la arena y la piedra.
Vaya a saber el tiempo que allí llevaba,
aunque por lo oxidado de su casco
seguramente fueran muchos años.
Años de golpear y golpear, sobre su estructura,
infinitas olas que producían una espuma blanca
en su derredor.
La tarde era gris y ventosa,
y la bruma avanzaba hacia la costa
humedeciéndolo todo.
Dramática y tenebrosa era la visión
y se acongojaba el corazón al contemplarla.
Tristeza profunda y, a la vez, misteriosa
que aunque invitaba a retirarse de aquel sitio,
prevalecía una fuerza poderosa que me retenía
-como la arena al fósil metal del corroído navío-
intentando que la melancolía que producía en mi alma,
durase -aún- un poco más.
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Autor: Jorge Horacio Richino
Buenos Aires, 2 de marzo de 2008
(Todos los derechos reservados)
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